7.9.08

La biblioteca de Próspero



por Ernesto Reséndiz Oikión






Los libros de Próspero de Peter Grenaway es una utopía cinematográfica, esta versión libre de La tempestad de William Shakespeare no sólo retoma la estética y la espectacularidad del teatro isabelino, sino que, auxiliada de la magia de las nuevas tecnologías, explora posibilidades de un discurso cinematográfico que se teje con las artes visuales, la ópera, la danza y el performance.

El espectador se enfrenta a una obra que aspira a la totalidad, a partir de recursos fragmentados, por eso, esta película es también una de esas historias que para poder ser contadas necesita inventar su propio lenguaje, en búsqueda de una modernidad discursiva.

Las pantallas superpuestas sirven como libros abiertos donde se escribe la ficción o como escenarios para enmarcar las exploraciones artísticas como un collage, además, crean distintos planos que permiten introducir perspectivas de sueños y recuerdos que se confunden con la misma “realidad” de los personajes.

En estas pantallas también se realiza un juego de metaficción, pues tenemos a un protagonista Próspero, pero también a un personaje muy parecido a éste que es un narrador y autor al mismo tiempo, ¿acaso es Shakespeare en el proceso creativo?

Además, la descripción de los distintos ejemplares que conforman la biblioteca de Próspero sirve de apertura de telones, así, el libro del agua introduce la tempestad que hundirá el barco de Napolés, el herbolario servirá para mostrar la cueva donde vive Calibán y el libro del amor expondrá el romance entre Miranda y Fernando.

Próspero es el progreso de la razón, su poder mágico proviene de su biblioteca, misma que le costó el ducado de Milán, su afán de erudición y curiosidad fue su derrota y al mismo tiempo su mayor fortaleza.

Sin embargo, este conocimiento también representa el mayor peligro de la razón, porque cuando el saber se orienta impulsivamente sin mantener un uso crítico, como es el caso de la venganza, tiene efectos terribles, el tirano ilustrado se encumbra y pronto tiene a sus enemigos en la palma de su mano.

La humanidad expresada en una autoconciencia reprime esta tentación autoritaria y permite que Próspero perdone la traición de su mismo hermano, magnánimo es un juez justo de sus contrarios.

En torno de la figura intelectual y política de Próspero aparecen dos personajes alegóricos: Calibán y Ariel, sus esclavos como dos polos.

El primero representa al bárbaro que carece de educación, su amo le entrega las palabras para que articule su pensamiento, pero él reniega de ese don, sólo quisiera ser soberano en su isla, insumiso se revela, pero está condenado a las cadenas de la ignorancia.

El segundo representa al ingenio de esa inteligencia, por eso es un espíritu etéreo parecido a un relámpago incandescente; sin embargo, esa capacidad se somete dócilmente, acata las órdenes al pie de la letra, sabe esperar, aunque tenga que callar, las palabras no las usa para pensar, el amo es quien piensa por él, paradójicamente, este es el camino de su libertad, fue más hábil que su señor porque se adaptó a él.

La última obra descrita es el libro de los juegos, porque precisamente el final es un giro lúdico de la historia. Toda la colección de Próspero se pierde por órdenes de él, pero dos volúmenes se conservan uno con las obras de Shakespeare, donde permanecen 19 páginas en blanco, y el otro es el manuscrito de La tempestad que completa el espacio vacío.

Juego libresco y cinematográfico, donde el cine fruto de la literatura es también una burbuja que la incluye, palimpsesto visual y gráfico que propone una lectura/reescritura utópica.


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